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Prohibido perder

Prohibido perder

¿El invicto es indicativo de la grandeza de un púgil?

 

En los últimos 20 años el boxeo se ha visto afectado por una ridícula y nociva concepción según la cual no se puede perder. Aquel púgil que pierde una pelea pierde también el respeto, ya no merece estar en la élite y se considera que en realidad nunca fue tan bueno como parecía. De pronto es como si todas las peleas que ha ganado previamente hubieran sido un engaño o simplemente una racha de buena suerte que ahora es puesta en evidencia por una derrota deshonrosa e irreversible.

 

Podríamos citar, por ejemplo, el caso de Deontay Wilder, que luego de cosechar un récord de [42(41KO)-0-1], cayó en dos oportunidades frente a Tyson Fury. A partir de entonces ya a nadie le importó su carrera, ni el descomunal poder de su recto de derecha, ni sus 10 defensas exitosas consecutivas, ni que haya tenido la dignidad de rechazar la condición de campeón franquicia, ni que haya tomado siempre las mejores peleas que consiguió, ni que haya vencido en dos oportunidades al muy evitado King Kong Ortiz, ni que después del empate le haya dado otra oportunidad a un boxeador tan peligroso como Tyson Fury. Lo único que importaba era que había perdido. Eso echaba por tierra todo lo conseguido hasta el momento y virtualmente lo condenaba al retiro, porque ya no servía.

 

Esta forma de entender el boxeo, que no resiste el más mínimo análisis, le da una importancia capital a la condición de invicto. Para que un boxeador sea considerado realmente bueno tiene que mantenerse y retirarse invicto. A lo largo de la historia ha habido una cantidad de boxeadores que han cosechado extensas rachas sin perder, pero jamás se consideró su valía debido al invicto sino a los retos que tomaban y a los logros que obtenían. El invicto era una circunstancia, jamás un fin en sí mismo. Y del mismo modo que jamás un boxeador fue desacreditado por perder una pelea, tampoco fue valorado sólo por mantener su cero. El valor de un púgil radica en los desafíos que haya afrontado, en su voluntad de enfrentar a los mejores y en los logros conquistados.

 

Esta situación cambió en la década del 2000, cuando Floyd Mayweather Jr. comenzó a autoproclamarse el mejor de la historia basándose en que nadie lo había derrotado. Y los medios de comunicación, que convirtieron al Pretty Boy en una máquina de imprimir dinero, se encargaron de reforzar esa idea y grabarla a fuego en la mentalidad de los fans, sin importarles el daño que le producían al boxeo. Los fans ocasionales (y no tanto) pronto comenzaron a abandonar a los boxeadores que perdían, por lo cual las ventas de sus peleas caían en picada y consecuentemente también bajaban sus bolsas y se reducían sus oportunidades de acceder a peleas titulares. 

 

Ante este panorama la mayoría de los boxeadores optaron por dejar de arriesgar. Se concentraban sólo en mantenerse invictos, y la forma más segura de hacerlo era tomando la menor cantidad de riesgos posibles. Y así fue como poco a poco los mejores dejaron de pelear contra los mejores y fue bajando el número de unificaciones. Como prueba podemos decir que en los últimos 20 años el boxeo profesional masculino sólo ha tenido cinco campeones indisputados legítimos: Bernard Hopkins, Jermaine Taylor, Terence Crawford, Oleksandr Usyk y Josh Taylor. 

 

Para Golden Era Boxing: Teofimo López y George Kambosos no han sido realmente indisputados (aunque no es su culpa) porque les falta el verdadero título del CMB; y Canelo Álvarez tampoco lo ha sido porque ha obtenido de forma ilegítima su título de ese mismo organismo. Esta ridícula concepción del invicto ha llevado a los fans de boxeo a un nivel de infantilismo que no se ve en ningún otro deporte, ni individual ni colectivo. En ninguna otra disciplina se les exige a los deportistas que nunca pierdan, porque eso es simplemente ridículo. 

 

Tomemos, por ejemplo, el caso del tenis. Roger Federer, cuya estadística señala que ha disputado 31 finales individuales de Grand Slam, de las cuales ha ganado 20 y perdido 11, es considerado por la mayoría de los analistas como uno de los mejores tenistas de la historia. Lo mismo vale para los mejores exponentes de cada disciplina. Pero resulta que si un boxeador pierde una pelea ya no es digno de ser valorado, “porque lo han expuesto”, “porque Fulano le dio una paliza”, “porque tiene mandíbula de cristal” y una cantidad de estupideces más que los supuestos conocedores de boxeo repiten hasta el hartazgo en las redes sociales. 

 

El no debemos olvidar que en el boxeo los estilos hacen peleas y si un boxeador se va enfrentando contra los mejores, tarde o temprano, se cruzará con alguien que tenga un estilo que lo ponga en problemas (dejando de lado que los púgiles son seres humanos y ninguno está exento de tener una mala noche). Pero lo más curioso es que si a esos mismos fans les preguntan quiénes fueron los mejores boxeadores de la historia, de acuerdo a su edad, seguramente responderán: Sugar Ray Robinson, Henry Armstrong, Archie Moore, Muhammad Alí, Roberto Durán, Julio César Chávez, Carlos Monzón, Roy Jones Jr. Todos ellos han perdido peleas (y no sólo una, sino varias) pero aún así los consideran los mejores. 

 

Sin embargo cuando se trata de los boxeadores en actividad la cosa cambia y el que pierde es descartado. Si queremos recuperar el boxeo histórico, donde los mejores se enfrentaban contra los mejores, arriesgaban, ganando y perdiendo, pero siempre ofreciéndole a los fans las mejores peleas, debemos dejar de premiar al boxeador que se mantiene invicto y comenzar a premiar al que arriesga. Pero, sobre todo, debemos dejar de justificar a los que no arriesgan con argumentos tan infantiles como “Fulano no vende porque es aburrido”, “Fulano no ha peleado con nadie” o “No me importa que no unifique”. 

 

Somos los fans los que mantenemos el negocio con nuestro dinero, y por lo tanto los que tenemos el derecho y obligación de exigir las mejores peleas. Nuestra responsabilidad no es cuidar la billetera de los boxeadores, ni de los promotores. Nuestra responsabilidad es velar por el bien del boxeo, madurar, exigir que los mejores se enfrenten contra los mejores, que no se eviten mandatorias de riesgo, que se unifiquen los títulos y que nos den, como en la Golden Era: una cara, un nombre y un campeón por división.

 

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