Por Diego Castro
El 17 de enero de 1976, después de reconciliarse con Paco Bermúdez, Nicolino Locche volvía a pelear en el Luna Park de Buenos Aires frente al colombiano Emiliano Villa [23(12KO)-2-0]. Se especulaba que esa podía ser su última pelea en el escenario donde había realizado sus mejores presentaciones y frente al público que lo había convertido en ídolo. Tito Lectoure aprovechó esa posibilidad para promocionar la posible despedida del Intocable y vender casi de inmediato las 20.500 entradas, pero no estimó en su justa medida el cariño y el fanatismo que la afición porteña sentía por Locche.
Casi mil personas que no llegaron a adquirir su ticket permanecieron en la puerta del estadio a la espera de una oportunidad para burlar a la seguridad e ingresar a las tribunas populares. Ese día en Bs. As. la temperatura había superado los 35 grados y dentro del estadio, que no tenía refrigeración, ascendía casi a 50. En el ringside la atmósfera era sofocante y en las tribunas el aire se había vuelto directamente irrespirable. Las bebidas se habían agotado mucho antes de que empiece la pelea estelar y todo auspiciaba una noche tortuosa.
Pero esa podría ser la última pelea de Locche y nadie se movía de su asiento. Durante la pelea preliminar entre Juan de Dios Acosta y Facundo Villalba, la multitud que había quedado en la calle produjo el primer desmán tratando de ingresar al estadio por la fuerza y debió ser dispersada por la policía, que dejó efectivos de custodia en todos los ingresos a las populares. Poco después casi un centenar de personas dio la vuelta manzana hasta la Avenida Madero y como una tromba, atropellaron a los porteros e ingresaron corriendo hacia la tribuna especial. De inmediato se hicieron presentes fuerzas policiales, al tiempo que otros fanáticos llegaban al lugar con la esperanza de poder ingresar.
Pronto comenzaron las corridas y los enfrentamientos. La policía trataba de dispersar, a fuerza de palazos, a la multitud que respondía arrojando piedras y tratando de ganar la puerta. Cuando los aficionados comenzaron a doblegar las defensas policiales, desde un carro de asalto las fuerzas especiales comenzaron a arrojar granadas de gases lacrimógenos. Con el humo y los refuerzos de la policía montada, poco a poco, se fue logrando contener a los revoltosos y restablecer el orden en las calles. Lo que no habían podido calcular era el impacto de la represión dentro del propio estadio.
El viento empuja las nubes de humo hacia el interior del Luna Park, donde ya el aire escaseaba desde temprano. Las primeras corridas tuvieron lugar en el ringside, cuando la gente trataba de escapar a los gases y se produjo una avalancha. Hubo sillas caídas, golpeados, desmayos y varios concurrentes debieron ser atendidos por personal médico. Para colmo, a causa del calor los gases no se elevaron sino que se mantuvieron concentrados abajo, justo a la altura de la gente. La escena era dantesca: muchos saltaron las vallas y se cambiaron de tribuna, quienes aún tenían algo de agua, mojaban sus pañuelos para cubrirse la cara y los ojos; muchos otros hicieron antorchas de papel para disipar el gas, pero el fuego, a la vez, consumía el poco oxígeno que quedaba y elevaba aún más la temperatura.
Los camarines del Luna Park, que se encontraban justo debajo del sector más afectado por el humo y las corridas, primero temblaron como si hubiera una estampida y luego se llenaron del gas lacrimógeno que el calor empujaba hacia abajo. Ambos boxeadores sufrieron las consecuencias: imposibilidad de ver por la irritación ocular, severas dificultades para respirar, arcadas y vómitos. En esas condiciones Locche salió desesperado a buscar a su familia, pero la multitud que colmaba los pasillos le impidió avanzar y debió volver a camarines.
Mientras las cosas se calmaban, por fin se lograba ventilar las instalaciones y la gente iba regresando a sus localidades, los médicos del estadio revisaron a los boxeadores. Su opinión fue que, si se esperaba una hora, los efectos del gas desaparecerían y los púgiles podrían subir al cuadrilátero. Lectoure consultó primero a Villa. El colombiano, ex-olímpico y próximo contendiente al título de Wilfred Benítez, hizo honor a la fama de guerrero que se había ganado en el Coliseo Humberto Perea de Barranquilla y dijo que él peleaba. A Locche, con quien tenía más confianza, según atestigua Ernesto Cherquis Bialo, que se encontraba en el camarín, Lectoure le dijo: “Nicolino, hay veinte mil personas deshidratadas esperando hace tres horas… Si suspendemos la pelea nos matan a todos”. Y el Intocable respondió: “Claro que voy a pelear, Tito. Yo a esta gente no la dejo en banda ni en pedo”.
Minutos después, mientras los púgiles avanzaban hacia el cuadrilátero, volvió a descender de las tribunas el clamor popular que cada sábado ensordecía al Luna Park. El combate llegó a los diez asaltos y lógicamente las condiciones ambientales no permitieron un gran despliegue boxístico por parte de los púgiles. Pero la multitud se marchó celebrando por haber visto una vez más a su ídolo y se alejó por Av. Corrientes, coreando a modo de despedida: “Ni-co-li-no, Ni-co-li-no”. Emiliano Villa después de esa noche dio grandes combates, de los cuales los más recordados son los que libró contra Wilfred Benítez, Alfonso Peppermint Frazer y Roberto Durán. Para Locche, paradójicamente, esa no fue la última pelea en el Luna, ya que en mayo volvió a presentarse contra el estadounidense Lorenzo Trujillo, antes de despedirse definitivamente frente a Ricardo Molina Ortiz en la ciudad de Bariloche. Pero fue la “noche infernal” la que quedó grabada en la memoria popular como la despedida del Intocable.