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El KO más dramático del boxeo argentino

El KO más dramático del boxeo argentino

 

Con sangre y sudor, pero sin lágrimas…

 

Por Diego Castro

 

El 8 de mayo de 1976, Nicolino Locche venció en Buenos Aires al estadounidense Lorenzo Trujillo. Al finalizar la pelea, el manager del americano le dijo a Tito Lectoure (manager argentino): “Me enteré de que Víctor Galíndez va a Sudáfrica a pelear con Richie Kates, un boxeador muy peligroso, sobre todo con la cabeza. Te dejo estos coagulantes, que recién salieron en EE. UU. por si se corta… y se va a cortar, porque la habilidad de Kates con la cabeza es única”.

 

El 22 de mayo de 1976, en el Rand Stadium, de Johannesburgo, Víctor Galíndez [42(28KO)-6-4] defendía por quinta vez su corona WBA de las 175 libras, frente al estadounidense Richie Kates [32(17KO)-1-0]. El combate comenzó con ambos púgiles saliendo a boxear, desplazándose y trabajando desde afuera con el Jab. Este duelo de esgrima, que se extendió durante los dos primeros asaltos, favoreció a Kates, poseedor de un Jab educado y eficiente que logró mantener al campeón a distancia. 

 

Pero al minuto del tercer asalto se cumplió la profecía: Kates entró con la cabeza y produjo en el párpado derecho del argentino un severo corte, en forma de una T acostada. La pelea estuvo detenida durante tres minutos. Autoridades, rincones y fotógrafos invadieron el ring y el presentador ya estaba con el micrófono en la mano para anunciar la suspensión del encuentro. Tito Lectoure pidió la descalificación del americano, pero el referí, Stanley Christodolou, sentenció: “El cabezazo no fue intencional. Si no sigue, pido las tarjetas”. 

 

El manager de Trujillo no se equivocaba: Kates tenía una habilidad sin par para golpear con la cabeza. El médico de la Comisión Atlética de Transvaal, Dr. Clive Noble, después de revisar el corte le dijo a Lectoure: “La herida es fea, profunda, pero no es peligrosa”. Entonces le preguntaron a Galíndez qué quería hacer y el Leopardo respondió: “Me duele, no veo nada, pero de aquí me bajan muerto. Ajústeme los guantes, Tito”. Ante su determinación, el referí, el médico y el rincón acordaron que el campeón se merecía una oportunidad. 

 

En el cuarto asalto comenzó otra pelea, Galíndez, embravecido como un animal herido y sabiendo que esa lesión difícilmente le permitiría llegar a la distancia, salió a buscar el KO, metiendo presión con un alto volumen de golpes de poder, frente a la desesperación del rincón, que le gritaba que no se faje, que cuide el ojo. El retador, por su parte, se dedicaba a mantener la distancia y a utilizar su Jab para castigar la herida, que continuaba abriéndose y aumentando la profusión del sangrado. 

 

En paralelo, cuando el argentino entraba a la corta distancia, Kates seguía utilizando la cabeza, por lo que recibiría advertencias en las rondas cuatro, ocho y 13. A partir del cuarto capítulo, el ojo de Galíndez se cerraba a medida que la herida se iba abriendo cada vez más, mientras la sangre le cubría la mitad del rostro y le caía por el pecho y de ahí al suelo… Comenzaba el suplicio, pero también comenzaba la remontada. 

 

Galindez aprovechaba cada clinch para limpiarse la cara en la camisa de Christodolou, y cuando no tenía al árbitro cerca, sacudía la cabeza como los perros, salpicando sangre por todos lados. Cada vuelta que pasaba, Galíndez estaba más embravecido y la camisa de Christodolou más teñida de sangre. De hecho, luego de la pelea esa camisa fue enmarcada y aún se exhibe en el Museo del Deporte de Johannesburgo, como testimonio de uno de los combates más sangrientos de la historia. 

 

El campeón prácticamente dejó de utilizar el Jab y aumentó el volumen de golpes de poder, dejando sentido al americano hacia el final del sexto asalto, y mandándolo a la lona en el séptimo, con una seguidilla de tres uppercuts. De ahí en adelante la pelea fue toda de Galíndez. Un periodista que cubría el encuentro para “El Gráfico” escribió: “Del décimo round en adelante el verdadero rival era la herida y no Kates”. En la ronda 11 desde las tribunas comenzaba a descender el aliento de los sudafricanos, que pasaban del horror a la admiración y coreaban: “Víc-tor, Víc-tor”. 

 

Galíndez, con las tarjetas y el público a su favor, podría haber bajado la intensidad en los últimos minutos y cuidar más la herida, a esta altura completamente reventada, pero iba a todo o nada. Bailoteaba y bajaba la guardia, ofreciendo el rostro, para que el retador se anime a entrar y tratar de conseguir un KO, que parecía no llegar nunca. Sin embargo, a los 2:48 del asalto 15, un doble gancho de izquierda en la punta de la pera, dejó a Kates extendido en la lona por toda la cuenta. 

 

Un segundo después de que Christodolou dio el OUT, sonó la campana final. Los abrazos, la euforia y la algarabía se apoderaron del público sudafricano que llevó a Galíndez en andas hasta los camarines. Ernesto Cherquis Bialo, escribió: “Yo he visto la noche del 22 de mayo de 1976, en Johannesburgo, cómo un Campeón Mundial herido, casi ciego, maltrecho y furioso cambiaba el destino de su vida por la única e invencible razón de los hombres: la fé”. 

 

El doctor Clive Noble, especialista con vasta experiencia en cortes, determinó que la gravedad de la herida requería un quirófano. Galíndez fue trasladado al Hospital General de Johannesburgo, donde Noble debió remover el tejido necrosado por el coagulante y según la cobertura de la revista “The Ring”, aplicar 54 puntos de sutura. Sin embargo, el golpe más duro de la noche aún estaba por llegar. Mientras lo cosían, Tito Lectoure tuvo que darle la noticia que le habían ocultado durante todo el día: esa madrugada, en Reno, Nevada, habían asesinado de un escopetazo a su amigo del alma, Ringo Bonavena. La mala nueva logró lo que Richie Kates no había logrado en 15 asaltos, ni con las manos ni con la cabeza: poner de rodillas a un campeón del Mundo, que esa noche entraba en la historia grande del boxeo argentino y mundial.



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