Maten al hacedor de campeones
Por Diego Castro
En la entrega anterior (este último martes) vimos el surgimiento del International Boxing Club (IBC), un entramado deportivo, empresarial y mafioso que monopolizó el boxeo durante toda la década de 1950. La clave de esta organización para concentrar el poder radicaba en el control de los estadios, de la televisión y de casi todos los títulos mundiales. Los boxeadores que aspiraban a una pelea titular debían ceder al IBC sus derechos de promoción, un porcentaje de su contrato y de sus futuras bolsas. De este modo sumaban boxeadores a su nómina y se aseguraban que gane quien gane, el título siempre quedaba en casa.
Cuando algún boxeador o manager se rebelaba a su autoridad, el brazo empresarial de Jim Norris se encargaba de generarle un vacío laboral absoluto. Cuenta el historiador Jorge Lera que quien se rebelaba: “Entraba en la lista negra y nadie le daría un combate por muy bueno o muy campeón mundial que fuera. El Guild amenazaba a los promotores con que si alguien le daba una pelea, ninguno de sus púgiles participaría de sus veladas. Era un boicot en toda regla”. Cualquier boxeador o manager que no aceptara las exigencias del IBC, no conseguiría ni una sola pelea en Nueva York y mucho menos, una televisación o una pelea titular.
Sin embargo, cuando estas prácticas “disuasivas” orquestadas por Jim Norris no eran suficientes, entraba en acción el aparato mafioso de Frankie Carbo. En 1953 Ray Arcel era uno de los entrenadores más respetados de Estados Unidos. En treinta años de carrera, había trabajado con más de 2.000 boxeadores y entrenado a 16 campeones del mundo. Había coronado monarcas en todas las divisiones de peso existentes en la época, desde mosca hasta pesado, un récord que hasta hoy no ha conseguido ningún otro entrenador. Entre sus más célebres pupilos se destacan: Benny Leonard, Henry Armstrong, Jackie Kid Berg, Jimmy Bivins, Georges Carpentier, Ezzard Charles, Ceferino García, Kid Gavilán, Barney Ross, Freddie Steele y Teddy Yarosz, y muchísimos otros.
A pesar de su trayectoria, Arcel llevaba una vida austera y discreta, sin escándalos ni excesos. Era riguroso en el trabajo, parco en el trato y poco afecto a las declaraciones de prensa. Su relación con el IBC no era buena. Se rehusaba a todo tipo de arreglos o extorsiones, y para colmo había entrenado a 13 retadores de Joe Louis, campeón mundial y accionista de la casa. En enero de 1953, Ray Arcel firmó un contrato con la cadena de televisión ABC para transmitir desde Boston, un ciclo de peleas llamado “The Saturday Night Fights”. Es cierto que se trataba de veladas mucho más humildes que las que el International Boxing Club transmitía desde el Chicago Stadium o el Madison Square Garden, pero el monopolio del boxeo no estaba dispuesto a aceptar ninguna competencia.
Así que siguieron el camino de siempre, primero recibió varias visitas de representantes de Jim Norris, que le ofrecieron comprar su contrato por más de lo que valía. Pero a Ray Arcel le interesaba más el boxeo que el dinero y no estaba dispuesto a convertirse en otro peón del tablero del IBC, por lo cual rechazó tajantemente las ofertas. Supo que el tiempo de las negociaciones había terminado cuando empezó a recibir amenazas, que ignoró sistemáticamente durante meses. Finalmente, el 19 de septiembre de 1953 por la noche, cuando regresaba de celebrar el Yom Kipur en la sinagoga de Boston, al llegar al Hotel Manger, se le acercó un hombre y lo golpeó violentamente en la cabeza con un tubo de plomo que llevaba escondido en una bolsa de papel. El agresor lo dio por muerto y huyó del lugar.
Arcel luchó por su vida durante 19 días, en cuidados intensivos, con custodia policial, y necesitó algunos meses para reponerse completamente. Este incidente fue la gota que rebalsó el vaso. El viejo león de mil batallas consideró que ya había tenido suficiente y decidió retirarse del boxeo. Recién a comienzos de 1972, con Carbo y Norris fuera de juego, el manager panameño Carlos Eleta convenció a Arcel de que lo ayude a preparar a dos de sus boxeadores. Arcel comenzó a asistir disfrazado a los entrenamientos de Alfonso Pappermint Frazer, que se preparaba para disputar el título Súper Liviano frente a Nicolino Locche. Allí conoció a otro púgil de Eleta, un joven llamado Roberto Durán, que aspiraba a disputar el título de las 135 lbs contra Ken Buchanan, Arcel decidió entrenarlos.
A Frazer lo hizo campeón de las 140 lbs y a Durán además de llevarlo a dos títulos, lo convirtió en uno de los mejores boxeadores de su generación. Ray Arcel no había perdido la magia: aun a los 73 años, todo lo que tocaba lo convertía en campeón del mundo. En 1982, con 83 años, Ray Arcel hizo su última aparición, en el rincón de Larry Holmes, para su defensa contra Gerry Cooney. Luego se retiró definitivamente. Ésta es la historia de cómo el International Boxing Club privó al boxeo, durante casi 20 años, del mejor entrenador de la historia, simplemente porque no quiso someterse a sus designios. Imaginemos cuál sería el legado de Ray Arcel si no hubiera sido obligado a retirarse de los gimnasios durante dos décadas.
Tal vez estaríamos hablando de un hacedor de 30 o 40 campeones del mundo. Y pensemos también en todos aquellos boxeadores que jamás pudieron ser campeones por la única razón de no encajar en los aceitados engranajes del IBC. En la próxima y última entrega de esta historia, asistiremos a la estrepitosa caída del mayor y más poderoso monopolio empresarial-mafioso de la historia del boxeo. No te lo pierdas.